En la empresa donde trabajo ha habido varios contadores, pero definitivamente sólo uno de ellos a parte de llevar la contabilidad, contaba cuentos.
Nuestra primera impresión cuando recién llegó fue muy favorable, ya que todo lo hacía de manera rápida y sin reclamos por pedirle cosas a última hora. Mi jefe, que revisa los balances todos los meses y es capáz de darse cuenta perfectamente cuando algo no cuadra y hay un error, estaba extasiado al ver que al llegar fin de mes no encontraba mayores diferencias, las cuales por lo demás con el tiempo desaparecieron por completo. Yo estoy en el área de administración, por lo que también he tenido siempre trato directo con los contadores, quienes me preguntaban de dónde venían ciertas cifras, y extrañamente este señor en particular nunca me preguntaba nada.
Todo era un verdadero cuento de hadas, hasta que nos tocó la primera auditoría estando nuestros números a cargo del malvado hermano desconocido de los Grimm, y nos dimos cuenta que nos habíamos comido la manzana envenenada. Tanto el nuevo contador como mi jefe y yo tuvimos que dedicarle varias horas de trabajo extra durante mucho tiempo para entender por qué los errores no saltaban a la vista, y por supuesto para corregirlos.
Y qué fue del contador de cuentos? Pues dije en voz alta su nombre y explotó.
Y qué fue del contador de cuentos? Pues dije en voz alta su nombre y explotó.
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